A ver, resumiendo mucho, se podría decir que la piel necesita muuuucha suavidad. Nada de esponjas que rasquen (ni productos, claro, de los que se llaman exfoliantes que si pudiéramos ver con una lupa de bastantes aumento, nos quedaríamos con la boca abierta al ver los surcos y heriditas que provocan, dejándola “vendida” ante cualquier bacteria un poco avispada) el mejor exfoliante natural es la miel. Su fructosa provoca que las células muertas abandonen de inmediato a las vivas, por lo que si la encontramos mezclada en un jabón actuarán de forma conjunta y eficaz.
Nuestra piel no necesita un jabón muy eficaz (salvo que llevemos meses sin ducharnos y este no suele ser el caso) Si tenemos por costumbre ducharnos a diario, el jabón ha de ser muy muy suave, lo justo para retirar las toxinas diarias que nuestra piel genera y el posible olor corporal. La grasa natural de la piel, que también arrastrará, debemos reemplazarlo lo antes posible para que no se vea privada de la hidratación natural ni de una protección tan necesaria. Los jabones de glicerina enriquecidos con aceites o mantecas corporales son únicos para aportar a la piel: suavidad, higiene con mínimo de jabón y reemplazar la grasa perdida en el lavado.